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viernes, noviembre 05, 2004

Yo Vivo Para Dar

Se viene el verano, y a muchos de ustedes esto parece agarrarlos de sopetón, como que negaron que la tierra siguiera girando en esa seguidilla de meses en los que se atragantaron como cerdos, manga de cerdos. Pero sí mis gorditos, la tierra, ignorante por completo de ese frenesí al que se volcaron, continuó su travesia alrededor del sol y hoy nos deposita aqui, a días de que los calorcitos les hagan sudar esos platos de más que se dieron el gusto de comer en el año porque, total, el saco ocultaba todo. En fin, mis grasosos lectores (no me toquen), les traigo una buena noticia: he perfeccionado una técnica que les será de suma utilidad y que hoy compartiré con uds. sin la mínima intención de retribución.
Tras años de observarlos ocupar espacio en vehículos de transporte y, especialmente: tras años de observar sus flácidos y amorfos cachetes bailar al ritmo de colectivos destartalados y puentes de metal, puedo decirles que he encontrado la solución a tan terrible problema. , no hagan como que no saben de que hablo. Los he visto. El estudio de campo generalmente lo realizaba en la parte en la que el puente de la Boca es toda de metal, y sí, ahí los he visto. He visto cachetes rechonchos temblar, he visto papadas blanditas danzar con el traqueteo del viaje. ¡No me digan que no, gordos mentirosos!. No me digan que no porque, lo admito, todos en mayor o en menor medida ...también lo sufrimos. Abro mi corazón y les digo: aún quienes poseemos cuerpos atléticos y marcados lo sufrimos. Ahí andaba yo un dia cualquiera, arriba de quien sabe que linea de bondi del demonio, de pie, aferrado más de lo necesario al pasamano, intentando que la minita del fondo notase la consistencia de mi bicep derecho (porque me sujetaba con el brazo derecho, mi gordo y opa amigo). Entonces fue que comenzó el temblor de los cachetes: pasabamos por el puente de la Boca. Los sentí librados al movimiento irregular del vehículo, sin la más mínima posibilidad de control sobre ellos. Y eso me abrió los ojos.
Sé que muchos intentaron distintas técnicas, a la postre inútiles. El mascar chicle, el fingir una picazon en la cara para rascarse, el bostezo también fingido (y que no puede durar todo el trayecto, imbécil), la menos sutil técnica de tomarse con ambas manos la cara (cual "el grito" de Munch) al tiempo de quebrar en llanto y con tono de enfermo mental murmurar: "¡Hagan que se detengan!".
Hoy les ofrezco la técnica definitiva para erradicar este flagelo de la modernidad, que en realidad sirve si uno viaja parado: Simplemente basta con despegar levemente los talones del suelo del colectivo y practicar una sutil inclinación hacia adelante. No es necesario adoptar una postura extraña, ya que, repito, los movimientos deben ser sutiles, apenas perceptibles. La explicación física es quitar el peso del cuerpo de los talones y no parecer un gordo ridiculo, gordo ridículo.
No quiero que se me reconozca por esto ni mucho menos, es mi humilde contribución para una sociedad mejor.